19 DE DICIEMBRE
Hoy en #genteDcuidado y para finalizar esta
campaña dedicada a los cuidadores, tenemos otra estupenda colaboración. S trata
de Izaskun Andonegi, enfermera y creadora de Bidegin una asociación sin
ánimo de lucro, un proyecto comprometido con la persona en duelo, con el
propósito de trabajar desde la prevención y hacia la salud, de socializar la
enfermedad, la muerte y la necesidad de humanizarla desde la vida. Ella nos
habla de ¿Quién cuida del cuidador en duelo?
Hay relativa
consciencia social - o así quisiera creerlo- sobre el impacto que producen los
cuidados -familiares y profesionales- en la percepción subjetiva de sentirse
"paciente". Es decir, que la persona en el final de la vida donde la
proximidad de la consciencia de la muerte es una amenaza sobre lo que uno/a ES,
tendrá una percepción y un sentimiento más digno o indigno de sí mismo/a según
la calidad de los cuidados que reciba. Esta calidad de cuidados, lo ayudarán o
complicarán a la hora de afrontar la concatenación de pérdidas progresivas que
vive en el día a día y lo prepararán para la gran pérdida, la pérdida de la
propia vida.
A su lado te
encuentras tú.. cuidador/a que hace posible que ese culmen de la vida, que es
la muerte, suceda de la manera más pausada, serena y digna. Yo me pregunto..
¿Quién cuida de tí?. ¿Quién cuida de tí cuando sientes que la vida de tu ser
querido se apaga?, ¿Cuándo el distrés que la anticipación de su fallecimiento
genera en tí te embarga?, ¿Cuándo el desgaste físico y emocional del cuidado
prolongado te agota e incluso sientes que claudicas?
¿Quién cuida de
tí, de tus sentimientos más profundos cuando en ocasiones se despierta en tí el
deseo ambivalente de que el fallecimiento se produzca lo antes posible,
generándote dudas y culpa?... ¿Quién cuida de tí.. ante semejante duelo.. tú
que siempre estás ahí cuidando?
La persona
cuidadora, familiares, profesionales implicados, viven las mismas dimensiones
de duelo, de pérdida que quien muere, pero quizás más rápidamente. Es el duelo
anticipado. Ni la dedicación íntegra, ni los esfuerzos incondicionales por
cuidarlo, evitan la muerte del ser querido.
Podemos vivir
sentimientos "hermosos" en
el final, y hasta sentir querer expresar de que "ha sido bonito", cuando hemos sido partícipes de su final y
hemos ayudado al cierre de su biografía desde la presencia profunda. En otras
ocasiones, quedarán asuntos pendientes inconclusos y un sentimiento de
sufrimiento, incluso evitable para el familiar superviviente. En un caso y en
otro, quedan tareas de duelo a ser elaboradas: expresar la gratitud, el amor,
lo vivido, lo que quedó por vivir, así como disculparnos, perdonar, elaborar la
rabia, el enfado, la culpa y los elementos que quedaron fragmentados de forma
inconsciente y que necesitan ser compartidos y elaborados. Esto es el duelo.
Nada evitará
vivir el dolor del duelo que viene a continuación. La anticipación de la
pérdida relacional que ya estábamos viviendo en vida, nos prepara a la gran
pérdida física, y nada, absolutamente nada, evitará tener que dolernos.
EL DUELO TRAS
EL FALLECIMIENTO
El duelo, lo
podremos aplazar, distraer, pero nunca evitar vivirlo. Es una respuesta natural
a un hecho irreversible, por eso decimos que no es una enfermedad, no es
patológico, y por tanto tampoco es necesario medicalizar su expresión. La
mayoría de las personas con un buen apoyo podemos elaborarlo sin problemas.
El dolor del
duelo hay que vivirlo, y como dice Alba Payás, “supone mucho más que la expresión de la aflicción por su pérdida.
Supone llorar LA PARTE DE MI que se ha
ido con esta persona y que tendré que elaborar”. Por ello decimos que el
duelo es una respuesta bio-psico-emocional, que afecta a la totalidad de la
persona y de manera única e íntima.
No hay duelos
iguales, como no hay personas, ni tiempos, ni relaciones iguales. No te
compares, porque nada ni nadie somos iguales y nuestras respuestas de cómo
afrontar esta vivencia dolorosa tampoco lo es.
El duelo,
supone también la pérdida de relación. A pesar que en el proceso de enfermedad,
esa pérdida de relación la hemos ido viviendo poco a poco, sobre todo en
enfermedades con deterioro cognitivo severo.. aisss!, sin embargo... están ahí,
verdad?, siguen a nuestro lado físicamente, y nunca nunca imaginamos el vacío y
la ausencia que se vive posteriormente cuando realmente ya no están. En
ocasiones, quizás el cuidado a esta persona, era lo que daba sentido a tu
vida.. y ahora estás ante un gran reto: adaptarte a la vida sin este ser
querido y esta tarea que te ocupó durante tanto tiempo.
Estas vivencias
hay que vivirlas, expresarlas, compartirlas, darles voz dentro de otra relación
que te escuche sin prisa, sin juicio y sin interrupciones.
Busca alguien
que te comprenda con la mirada y que sepa sostener sin angustia y sin prisa,
tus lágrimas y emociones. Solo así podrás ir integrando la vivencia, dar
significado a lo que haces o has dejado de hacer, y encontrar sentido a lo que
ahora estás viviendo para poder continuar en el día a día.
No te olvides
de cuidar tu descanso y alimentación, es importante que vayas recuperando
fuerzas después de tanta dedicación a los demás.
Por último
cuidador/a, DÉJATE CUIDAR!!. En ocasiones, para quienes estamos continuamente
dándonos, no es fácil pedir ayuda.
Por tanto, te
diría:
- Pide lo que
necesitas.
- Delega. No
cojas responsabilidades que no puedas responder o que no sean tuyas. Pon
límites. No es egoísmo, es AUTOCUIDADO.
- Acoge la
ayuda cuando te venga.
- Y.. sé
agradecido/a cuando la tengas.
Es tiempo para
tí, es tiempo de pausa. Y recuerda, que dejándonos acompañar en estos momentos,
es garantía de un buen vivir, y a la larga de un buen morir.
Izaskun Andonegi
BIDEGIN, apoyo al duelo y enfermedad grave
avanzada de Gipuzkoa.
12 DE DICIEMBRE

Hoy nuestra #genteDcuidado son esos cuidadores que contemplan un día sí y
otro también, las "sillas vacías" que dejaron los suyos. Son tres
historias de vida y nos las cuenta Iñaki Peña Bandrés
María Jesús vivía con su madre Basilisa, muy
añosa, en un caserío del mismo pueblo donde está nuestro hospital. La cuidaba
con un empeño que nos llamaba la atención, no parecía asumir la proximidad de
la muerte y nos chocaba. Teníamos unos cuantos años menos, en mi caso
concretamente veintipico, todavía pelo en la cabeza y una tendencia a juzgar los comportamientos de los
familiares de los enfermos que, afortunadamente, ha ido quedando atrás con el
tiempo. Pensábamos que María Jesús no lo aguantaría, que no sabría qué hacer
con su vida de cuidadora en cuerpo y alma tras la muerte de su madre. Pero
muchos años después, con mucho menos pelo en la cabeza en mi caso, me he
reencontrado con ella. Ha venido con su esposo Iker, al que cuida con la ayuda
de una mujer saharaui muy sonriente. Su marido sufrió un accidente
cerebro-vascular que le ha dejado con graves secuelas y que casualmente
coincidió en el tiempo con el fallecimiento de Basilisa.
Lourdes habita en otro entorno mucho más
urbano, en el llamado Gran Bilbao, en una pequeña casa donde también hay una
silla vacía. Su marido Jokin era bronquítico crónico en fase muy avanzada, y
tuve el placer de conocerlo y atenderlo a domicilio en su fase final de vida.
Tenía un envidiable sentido del humor, que sin duda lo mantuvo con vida durante
más tiempo de lo esperado, y hablamos en aquellos meses de prácticamente todo,
de lo divino y lo humano: “Yo, que
siempre he sido ateo, ¡a ver si va a existir Dios al final!”. Me pidió que
me asegurara bien antes de ponerle el “globito” (infusor subcutáneo), y
comentaba que de todas formas a su edad él “ya
no estaba para globitos”. Lourdes para globitos tampoco, pero sí está para
pasear a su perrita a diario, para cenar con sus hijos todas las semanas, para
aprender euskera “a su edad” y para cantar en el coro de su pueblo. Doy fe que
con la lengua va haciendo progresos, somos amigos en Facebook y el otro día
comimos en un conocido restaurant de la costa de Gipuzkoa en compañía de su
hijo, también llamado Jokin.
Jone vivía también en
entorno rural, en una localidad cercana a nuestro hospital, con su madre
también de edad muy avanzada, Salomé. Tenía la válvula aórtica muy estenosada,
pero año tras año venía a la consulta sin novedad, elegante, sonriente y vital
acompañada por sus hijas. En cada consulta no faltaba un queso y una invitación
para ir a visitarla al caserío. Hasta que un día de nieve bajando del monte
paré allí y compartimos mesa con sus hijas junto al fuego. Era una mujer feliz
y muy bien cuidada. Con los años cambié de hospital, pero seguí frecuentando
aquella zona, y una mañana casualmente nos encontramos en una gasolinera de su
pueblo. Sabía que Salomé había fallecido, pero Jone me lo contó con todos los
detalles que pudo, con una ira no contenida pero posiblemente justificada por
alguna actuación hospitalaria que no fue adecuada. Desde entonces no quiere
saber nada de nuestro sistema público sanitario, ni siquiera de su magnífica
médica de familia, quien ya ha intentado sacarla del duelo complicado en el que
está. Hablé con Jone por teléfono, agradeció la cortesía, pero no he sabido más
de ella a pesar de la invitación, esta vez por mi parte, de volver a vernos.
Será como hacer fuego con leña mojada por la lluvia o por la nieve, pero lo
volveré a intentar con paciencia y el cariño que les debo.
5 DE DICIEMBRE
Hoy
en #genteDcuidado, Catalina y Laura, trabajadora social y psicóloga nos dejan
una interesante reflexión. En cuidados paliativos todo es frágil y en ocasiones
en un entorno muy complejo. En esta colaboración destacan la complejidad de las situaciones que se viven,
la fragilidad de muchos hogares en los que además de un paciente al final de la
vida, hay multitud de problemas sociales que hacen que ese final pueda ser muy
complicado si no se hace una adecuada atención integral. Una persona frágil, en
un entorno frágil que si no atendemos haciendo de soporte, se desmorona.
Como profesionales que atendemos a pacientes con enfermedad
avanzada y a sus familias al final de la vida, siempre querríamos acompañar en
un entorno perfecto, es decir, con un soporte socio familiar adecuado y amoroso
que facilitara una vida al final de la vida, que contribuyera a un buen control de síntomas físicos, psíquicos, sociales,
espirituales y donde los profesionales fuéramos meros testigos o como mucho el
cauce para el fluir de la paz, el amor y la dignidad que se ofrecen unos a
otros en el trance de la muerte.
Pero
la realidad se torna algo diferente a esta imagen idílica en el acompañamiento
al final de vida. Porque las personas somos quienes somos y cada uno con sus
“cadaunadas”, como decía Unamuno. Y cada uno con sus circunstancias y sus
entornos sociofamiliares. Por lo tanto,
nuestro panorama cambia radicalmente teniendo que acompañar personalizando y
con una mirada integral, según quiénes sean, según quienes seamos, y según las
circunstancias .
Porque tanto los pacientes, cuidadores, familias y entornos, nos impactamos ante el
avance de la enfermedad y puede haber realidades que además hagan ese avance
más complejo: la dependencia cada vez mayor del paciente asociada a la
dependencia de los propios cuidadores, la falta de recursos económicos, las
dificultades para armonizar la vida laboral y los cuidados a los pacientes, las
condiciones inadecuadas de las viviendas, situaciones de maltrato, abusos de sustancias
tóxicas, analfabetismo funcional o real,
escasa red de apoyo familiar y social, prisión, conflictos familiares,
situación de irregularidad en el país, la edad del paciente o de los
cuidadores, la presencia de niños, el tener otra referencia cultural religiosa,
las experiencias previas de enfermedad o de duelo no resuelto y un largo
etcétera.
Por
ello necesitamos acercarnos desde diferentes ámbitos, trabajo social,
enfermería, psicología, medicina... para
cuidar al paciente, para atender y cuidar a la familia que cuida. Debemos dar
una atención realmente integral, porque lo extremadamente frágil y complejo hay
que manejarlo con cuidado.
Reflexión realizada por :
Catalina Pérez Moreno
Laura Parra Ortega
28 DE NOVIEMBRE.
Hoy en #genteDcuidado, tenemos a Pilar Lázaro,
una de las autoras del blog Carreteras Secundarias, blog impulsor de #paliativosvisibles. En este relato nos habla de las cuidadoras incansables e infatigables y
sí, hablamos en femenino. Por estas Carreteras Secundarias nos
encontramos a una mujer-madre-esposa-hija, cuatro roles cuidadores por
excelencia en una misma protagonista.
Berta cuida a su madre desde que cayó enferma
hace unos años. Aunque es la menor de 5 hermanos, todos varones, ya ha cumplido
los 60. Su cara está surcada por mil y una arrugas que delatan una vida nada
fácil.
Esta mujer de mirada huidiza, enjuta y bregada
en mil batallas está realmente sola, aunque tenga cuatro hombres al lado. Vive
en una casa estrecha llena de escaleras en
la calle del Horno (todos los pueblos tienen una calle con este nombre)
y está atenta a cualquier llamada de su madre. Su madre es una mujer con un
fuerte carácter, que no ha heredado su hija, y que ha manejado a su familia en
tiempos difíciles. A pesar de estar enferma, no pierde su hegemonía sobre el entorno.
Apenas puede salir de la cama si no es con mucha
ayuda, se queja desmesuradamente si la quiere asear y continuamente pide agua,
aunque al ofrecérsela se niegue a beber. Es el reclamo habitual de una persona
dependiente, (quién no querría tener continuamente a alguien al lado que nos cuidara
en estas condiciones! Es lo deseable, desde luego.), pero llevado al extremo
del agotamiento y la nulidad. Hay que decir que la madre de Berta padece una
enfermedad crónica que la mantiene encamada y con una movilidad muy limitada,
pero mantiene su función cognitiva intacta, a pesar de sus 90 años. Quiere a su
hija continuamente a su lado, aunque sea para insultarla. Si, también para eso.
Al final de la visita, o eso pensábamos
nosotras, nos sentamos alrededor de una mesa cubierta con un hule al que hace
tiempo que nadie le pasa un trapo, con ella y dos de sus hermanos, que han
venido a casa para estar en la visita. El marido de la paciente se queda
sentado en el sofá viendo la tele sin sonido. Hablamos del tratamiento,
explicamos los cuidados que requiere la paciente y… llegamos a la parte de los
cuidados que requiere el cuidador, o sea Berta.
Al explicarle la situación, tal como la vemos
nosotras, se rompe en un llanto rápidamente controlado. Secándose a duras penas
las lágrimas, nos cuenta que no sabe ni quiere imaginarse cómo será cuando su
madre muera. Mi madre lo es todo, qué será de mí, no quiero pensarlo, dice
mientras vuelve a echarse a llorar. Ahora la cuido, ha sido y es lo más
importante de mi vida. No, no… repite como un mantra.
Le hablamos suave, pero seguras de lo que le
decimos. Lo que hace tiene un gran valor y le reconfortará cuando ella no esté
ya. Sin embargo y sin menoscabo de nada, tiene que poner pequeños límites (para
ella ya es mucho), tiempo durante el cual debe respirar y coger aire, intentar
llenarse para no encontrarse vacía, alterada y agotada cuando esté a su lado,
cuidándola. Debe pedir ayuda a sus familiares, aunque crea que nunca lo harán
tan bien como ella, y vivir un poquito, aunque es difícil, fuera de esa casa que
le ahoga.
Esto y mucho más que fue
surgiendo al ir ella desgranando sus emociones, mientras sus hermanos
permanecían mudos, nos llevó a un punto de serenidad y silencio compartido,
tras el cual ella esbozó una tímida sonrisa de la que brotó un gracias… luego
de una pausa, la sonrisa se hizo amplia, nos miró a los ojos largamente y
pronunció un gracias de esos que te abrazan el alma, juntando los cachitos.
21 DE NOVIEMBRE